La Esencia
En la penumbra del
crepúsculo, un crujido de madera antigua fue el preludio de una leve
fosforescencia que desde la profundidad del añoso tronco, intentaba emerger a
la ya escasa luz del atardecer.
Los años, le habían conferido carácter y su
tronco mostraba las huellas que el tiempo otorga.
Un tenue pero insistente fulgor, se esforzaba
por salir de entre las arrugas del agrietado fuste, sorprendiendo a la
inminente noche del Lagar de Torrijos.
Los ojos de Jasón reflejaron el destello y la
luz se concretó en una estrella que quedó suspendida en el aire delante del
árbol.
Se movía avanzando hacia él como si estuviera
colgada de un muelle blando y se le aproximó con un movimiento similar al del
diagrama de una onda.
La fluctuante lucecita, pequeña y rutilante,
parecía tener vida propia.
Se plantó frente a él y de su interior emergió
una voz de compleja factura.
Vengo observándote aquí sentado solo, leyendo y
contemplando el paisaje como si fueses el dueño del tiempo. Hace muchos días
que te observo y me parece que tienes una curiosa actitud, que vives
lentamente, y no digo que eso sea malo, digo que me parece curioso y es eso
justamente lo que quiero decir. Es esa la razón por la que he dejado mi soledad
por un rato para contarte algo.
Yo no tengo forma, porque yo soy la esencia. No
puedo adoptar ninguna apariencia en concreto, pero me puedo manifestar, ya ves.
La rutilante estrella osciló varias veces como
reafirmándose en lo dicho y al hacerlo y Jasón creyó ver diferentes rostros de
velada transparencia en la fosforescente luz que orlaba la estrella.
Como respuesta a esta explicación y en un tono
de comedido respeto le preguntó quién o qué era.
Solo soy espíritu, energía vital y solo eso,
sentenció la luz. Durante unos segundos que se hicieron largos, el silencio fue
la respuesta a la respuesta de la estrella.
Y acaso eres el espíritu del olivo?, inquirió
Jasón
Una voz antigua resonó en la cañada del arroyo
del Mirlo, “sí, ahora sí”, y las ramas del olivo se agitaron con un sutil
crujido de madera hueca y sus hojas, de plata oscura, se alzaron aleteando con
suavidad en la ya oscura noche.
Quieres decir que antes no lo eras?, preguntó
Jasón.
Así es, respondió la estrellita. Digamos que soy
la energía de los que fueron, todos y uno solo. Uno solo y todos, repitió.
Y al pronunciar esta frase, la voz resultó ser
la confluencia de las voces de una abigarrada multitud de personas que parecían
sonar en la lejanía, o a través del agua, o como traídas por halo de viento que
arrastrase hojas por el suelo.
Yo nací en muchas tierras y en una sola, y viví
muchas vidas y una sola, y fui el viento y las gotas de agua sobre las hojas
del bosque.
Yo fui el torrente desbocado y las plácidas
aguas de la laguna.
Yo fui la orla de espadañas en la ribera de la
charca y sentí el cimbreo que la brisa me producía y fui el canto chirriante
del pato, y las ondas que creaba con su nadar displicente en mis aguas
tranquilas, expandiéndose por el dorado espejo de fluido que tenía reflejos de
oro cuando el inclinado sol del atardecer derramaba sus rayos sobre las aguas.
La voz, cantarina como el agua del arroyo,
parecía burbujear mientras Jasón miraba con los ojos agrandados por la
sorpresa.
Yo fui el sonido áspero que resultaba del golpe
del cincel del cantero tallando un canecillo en los albores del Medievo y el
tamborileo del galope del caballo en las estepas del Asia central.
Fui las corrientes del océano y un delfín y toda
la manada, recorriendo los dilatados confines del mar.
Fui la blanca luz de la luna en la noche serena
del tiempo, porque yo también fui el tiempo y albergué todo y di cobijo a todo
lo que existe, existió y existirá.
Mientras oía estas palabras vinieron a la mente
de Jasón las olas del mar y unas briznas de aroma salobre inundaron su entorno.
Pero, dijo Jasón… La voz lo interrumpió. Yo fui
la radiación que inundó la tierra en las remotas eras sin vida, cuando la
soledad reinaba sobre la materia, cuando los sonidos hablaban otras lenguas que
no comprenderías. Entonces las cosas eran muy distintas, pero todo volverá…. La
luz perdió intensidad por un momento para continuar expresándose.
Junto a la danza suave de las flores del prado
multicolor contemplé la sangre regando las tierras y la sangre produjo flores y
más flores y así fue durante eones sin fin y la verdad… estoy cansado de ese
bucle.
La voz parecía cansada y se arrastró cuando
dijo, “es mucha sangre para producir flores”, es mucha sangre, demasiada, creo
yo. La escasa luz de la noche se había tornado roja y semejaba una sábana
tridimensional agitándose suavemente.
La voz expresaba matices que Jasón se esforzaba
por desentrañar. A veces crujía como madera avenjentada, otras fluía cristalina
como cuerda de arpa o como ulular de viento o fragante risa de niño.
Acompañé a los homínidos en la sabana buscando
comida, a las huestes de Atila, de Alejandro, de Kublai Kan, de Lope de
Aguirre, y cuando Fleming descubrió la penicilina, yo era él y los hongos
Penicillium.
Ahora, ya los ves, soy olivo y tu pan con aceite
del desayuno y tu deseo de caminar. Soy todo.
Un crujido despertó a Jasón. Frente a él, un
zorro que se le había acercado, estaba detenido mirándolo fijamente. En sus
ojos brilló efímera una chispa de luz que parecía tener un movimiento ondulante
y su boca se curvó en una mueca que podría interpretarse como sonrisa.
Pero no, los zorros no sonríen, pensó Jasón. El
animal dio media vuelta y desapareció detrás del olivo. Jasón se levantó y se
dirigió al lagar. En su mente latía la idea de una copa de vino.